Todo es agua, proclamó Tales de Mileto hace más de 2.500 años; y añadió, existe una sola sustancia primordial, el agua, todo procede de ella y no sólo la vida. Otros hombres sabios de su misma época, Euclides y Empédocles insistieron en que el agua, mezclándose por la fuerza del amor o de la discordia a los otros tres elementos principales (aire, tierra y fuego), uniéndose o separándose de ellos, da lugar a todo lo que somos, todo lo que vemos y nos rodea.
En la cuenca del río Segura el agua condiciona y crea los paisajes; se vea o no, se perciban o sólo se intuyan. En algunos lugares el agua actuó y ya no está, pero las formas que ha creado permanecen; en otros sitios subyace y sólo se revela indirectamente a través de una costra de sal, de la vegetación, de un zumbido o un revuelo de animales; a veces se insinúa, como en un espejismo, y otras se muestra rotunda, extensa, viva y con fuerza en la rompiente de una ola.
El agua es “clave de la relación con la tierra, cargada de símbolos”, “eje que ordena el mundo”, “elemento que está en el centro del universo y del alma humana”, según señala Eduardo Martínez de Pisón.
El agua está pues en el origen del aprecio humano por la naturaleza, base profunda del concepto de paisaje. La sociología y la ecología han propuesto que las preferencias por el verdor y los lugares con agua se han formado en la larga evolución que conduce de lo primitivo a lo humano, vinculada a la disponibilidad y posibilidad de vida.
¿Cuáles son los paisajes del agua?
No es fácil responder a esta pregunta. “La constitución de la inmensa mayoría de los paisajes está condicionada, de algún modo, por el agua”; con razón se ha dicho que el “agua es la savia de todos nuestros paisajes”. Sin duda son paisajes del agua aquellos en que este elemento se hace o ha hecho presente de forma masiva, paisajes fluviales, en los que el río o la rambla crea la distancia que necesita la perspectiva; riberas, sotos, vegas, huertas, espacios incultos en los que la presencia de aguas subterráneas se pone de manifiesto por la vegetación hidrófila (cañaverales, junqueras…).
La palabra paisaje está siendo tergiversada con mucha frecuencia por los medios de comunicación y, en parte, también por el lenguaje científico; se la desprovee del sentido que entiende la gente común o la mayoría de la población. Por eso para hablar de paisajes del agua quizás lo mejor sea referirse, sin más, a aquellos en los que el agua está presente, aunque sea de forma indirecta.
La pérdida constante de naturaleza salvaje y los paisajes agrarios tradicionales ha provocado un alto aprecio por paisajes del agua, considerándolos espacios de alto valor ambiental, ecológico y cultural, imprescindibles para la conservación de la naturaleza, ahora sistemáticamente son protegidos como humedales, pasillos ecológicos de flora y fauna, zonas húmedas con gran biodiversidad, áreas de protección de aves, etc.
Los paisajes del agua nos descubren nuevas formas de visión y determinadas prácticas sociales que han entrado hace tiempo en las retinas de todos a través de la televisión, por la cantidad de vida que contienen y por las peculiares formas que adoptan, paisajes que abren las puertas de la imaginación y de la fantasía. Tales son los paisajes del agua que podemos encontrar, como un gran muestrario de bellezas, en todas partes, siendo la cuenca del río Segura un espacio ambiental y cultural que presenta un amplio y variado muestrario de estos espacios del agua.